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SABIDURÍA (II)

Un problema grave de la filosofía es el hecho de haber dejado de ser una "forma de vida" para convertirse en mera teoría, y en consecuencia la desconexión del conocimiento de lo que tradicionalmente se ha llamado "sabiduría". Y aunque, pese a Heidegger, las etimologías no definen esencias imperturbables, sino orígenes coyunturales, el perder esa dimensión vital ha ido debilitando cada vez más la filosofía y haciendo de ella algo difícil de ser comprendido y seguido por nadie (salvo en la academia, sin la cual no podría existir), lo cual lleva a su lento languidecer. La vita contemplativa no debe divorciarse de la vita activa, como recordaba Arendt (quien, sin embargo, erraba al identificarlas, respectivamente, con la filosofía y la política, como si la filosofía no fuera ante todo "política", esto es, discurso acerca de la pólis, de la vida en común y de cómo vivirla correctamente). 

Según se suele decir, la filosofía nació como el paso del mýthos al lógos, y esto es verdad siempre que no se entienda como un cambio de finalidad del discurso, sino como lo que fue, un cambio de medios para alcanzar un mismo fin. Éste es la realización humana en cuanto significación (en la que radica su plenitud, la felicidad), y no meros fines instrumentales, para los cuales la filosofía tampoco hubiera hecho falta, pues la técnica y la ciencia son independientes de ella. Ciertamente, ciencia y filosofía han coincidido históricamente en los mismos individuos, por la mera razón de que éstos eran los "intelectuales", pero no debe confundirse un ejercicio con el otro, lo utilitario con la reflexión acerca de la finalidad (o lo pragmático con lo práctico, como diría Kant, quien ponía lo genuinamente metafísico en lo ético). La filosofía no es la ciencia que se opone a la religión; es la religión por otros medios. 

Entiéndase esto bien, pues podría parecer una crítica ("la filosofía es en el fondo teología"), cuando es todo lo contrario: nunca se entenderá la filosofía si no es como el intento de fundamentar la praxis humana (con una dimensión simbólica y hasta ritual imposibles de ignorar), que responde a fines y busca siempre alguna forma de trascendencia (aun en lo inmanente). Y ello sólo puede conseguirse mediante una determinada narrativa. Eso es lo que hace de forma espontánea (y falsa) la religión, y lo que pretende hacer de forma artificial (pero verdadera) la filosofía: aspira a la religación, la reunión de lo disperso, del hombre consigo mismo, con los otros y con lo otro (la naturaleza). Un triple discurso, por tanto, acerca de la psyché, de la pólis y de la phýsis, el triángulo teórico que configura los "intereses de la razón", y por tanto el papel o lugar, el tópos del hombre (en cuanto ser nacido a la razón) entre las cosas, así como una indicación acerca de qué es estar en ese lugar (que nunca es un "centro") y cómo ocuparlo adecuadamente. 


Eso es la sabiduría, algo que toda la ciencia junta nunca nos proporcionará. La religión sí podría, en la medida en que nos da una visión de conjunto y unas indicaciones prácticas (una ley o un camino), pero sólo si además renunciara a entender lo simbólico-mítico (que explica el anclaje del hombre a la naturaleza) de forma real y literal. Pero eso implicaría renunciar a ser religión, es decir, creencia. Por eso la filosofía nació como un intento de ocupar racionalmente ese lugar, sustituyendo lo cultural-particular por lo racional-universal. Esto es: elaborándolo mediante el concepto. Y por eso está condenada al fracaso (que no a su "final", porque en ese fracaso está su Leitmotiv), al no poder satisfacer nunca el concepto la necesidad de narración, de mito, que tiene el hombre. Éste necesita entender literalmente las cosas; es demasiado infantil como especie para asumir que las metáforas de la religión son metáforas y que hay principios que merecen respeto (habría que examinar cuáles, obviamente) aunque sepamos que no hay recompensa ni castigo por seguirlos o no. La filosofía pretende educar en este sentido, pero se encuentra al ser humano siempre demasiado niño, demasiado pueril y egoísta para aceptar ese factum sin el cual nunca será posible reconciliación alguna ni psíquica, ni social ni ecológica. Y por tanto nuestra inercia como especie, tanto más cuanto más se desarrolle la tecnociencia, será siempre el estar al borde de la autodestrucción. Hasta que un día nos pasemos de frenada y crucemos esa línea, la que traza la razón.

¿Cómo vivir? Ésa es la pregunta que resume toda sabiduría. La que hoy ni nos hacemos, la que una sociedad capitalista, al cuantificarlo todo y reducirlo a valor de cambio, al santificar la autoperpetuación de los medios carente de todo fin, no puede permitirse hacer. No podemos vivir correctamente, no sabemos cómo hacerlo. Ya "ni siquiera" el filósofo sabe, por supuesto. Lo único que la filosofía puede hacer, y probablemente no pueda hacerlo sin apelar a una determinada narrativa, a una discursividad que metaforice lo que sólo el concepto puede aclarar pero que la mayoría de la gente no está nunca preparada para entender, es recordar esa sabiduría como la carencia de nuestro tiempo que la ciencia nunca satisfará y que la religión, bajo ningún concepto, debe usurpar.